Un centenar de personas entran en una oficina de Evergrande Group en la ciudad de Guangzhou, un importante núcleo vanguardista en el sur de China. Muchas se sientan en el suelo, sujetando pancartas en las que se puede leer «Evergrande es una estafa«. Otras, se acercan a los despachos de la oficina y empiezan a aporrear las puertas. «Queremos nuestras viviendas, tenéis que reanudar la construcción», gritan.
