El sector inmobiliario es desde hace años, incluso en lo peor de la crisis de 2008-2014, uno de los motores de la economía alicantina. Con un peso específico en el conjunto nacional muy superior al de la mayoría de variables macro de la provincia (como población, PIB o aportación a la recaudación tributaria), la compraventa de vivienda cerró 2022 con cifras récord que no se veían desde la quiebra de Lehmann Brothers y casi 8.700 millones de euros de negocio.
El atractivo de la Costa Blanca para la inversión inmobiliaria (con precios más competitivos que otras zonas similares) y el interés de los compradores extranjeros por asentarse en la provincia, donde adquieren el 42% de las viviendas que se venden, tiran de forma muy notable del sector. Pero tras el bosque de las grandes cifras se oculta el árbol de la obra nueva: en realidad, la inmensa mayoría de las operaciones se refieren a viviendas de segunda mano, mientras que la venta de inmuebles de nueva construcción no ha recuperado ni siquiera el nivel de 2019, antes de la irrupción de la pandemia.
